GUÍA DE APRENDIZAJE
GÉNERO NARRATIVO·
A continuación se presentan 3 cuentos breves. Analízalos e identifica en ellos los elementos del género narrativo vistos en clase.
LOS BOMBEROS
Olegario no sólo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces quedaba absorto por un instante, luego decía: “Mañana va a llover”. Y llovía. Otras veces se rascaba la nuca y anunciaba: “El martes saldrá EL 57 a la cabeza”. Y el martes salía el 57 a la cabeza. Entre sus amigos gozaba de una admiración sin limites.
Algunos de ellos recuerdan el más famoso de sus aciertos. Caminaban con él frente a la Universidad cuando de pronto el aire matutino fue atravesado por el sonido y la furia de los bomberos. Olegario sonrió de modo casi imperceptible, y dijo: “Es posible que mi casa se esté quemando”.
Llamaron al taxi y encargaron al chofer que siguiera de cerca de los bomberos. Estos tomaron por Rivera, y Olegario dijo: “Es casi seguro que mi casa se está quemando”.
Los amigos guardaron un respetuoso y afable silencio; tanto lo admiraban.
Los bomberos siguieron por Pereyra y la nerviosidad llegó a su colmo. Cuando doblaron por la calle en que vivía Olegario, los amigos se pusieron tensos de expectativa . Por fin, al frente mismo de la llameante casa de Olegario, el carro de bomberos se detuvo y los hombres comenzaron rápida y serenamente los preparativos de rigor. De vez en cuando, desde las ventanas de la planta alta, alguna astilla volaba por el aire.
Con toda parsimonia, Olegario bajo del taxi. Se acomodo el nudo de la corbata, y luego, con un aire de humilde vencedor, se apresto a recibir las felicitaciones y los abrazos de su buenos amigos.
Mario Benedetti
EPISODIO DEL ENEMIGO
Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en sus viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costo percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí ya que no se griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero solo entonces note que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serian las cuatro de la tarde.
Me incline sobre el para que me oyera.
- Uno cree que los años pasan para uno –le dije-, pero pasan también para los demás.
Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido,
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revolver.
Me dijo entonces con voz firme:
- Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podrían salvarme. Atine a decir:
- En verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además la venganza no es menos vanidosa ni ridícula que el perdón.
- Precisamente porque ya no soy aquel niño- me replicó- tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
- Puedo hacer una cosa- le contesté.
- ¿Cuál?- me preguntó.
- Despertarme.
Y así lo hice.
Jorge Luis Borges
EL INSECTO
Soñé que estabamos veinte personas en un cuarto muy grande y con las ventanas abiertas.
Entre nosotros había mujeres, niños y viejos. Hablábamos todos de un asunto muy vulgar, gritando y armando confusa algarabía.
De repente, penetró en la habitación, produciendo un agrio chirrido, un insecto alado, de unas dos pulgadas de largo. Revoloteo algún tiempo y se posó en la pared.
El avechucho se parecía a una mosca y también a una avispa; tenia el coselete de un rojo sucio; del mismo color de las alas planas y duras; las patas, muy velludas y separadas; la cabeza, gruesa y angulosa, era de un tono encendido, como de sangre.
El bicho movía la cabeza sin parar de arriba abajo y de derecha a izquierda; de repente, se despegaba de la pared y vuelta a sacudir la cabeza con repulsiva terquedad.
A todos nos producía asco, miedo y terror; todos comentábamos su fea traza y todos gritábamos “a echarlo fuera”. Todos sacudían el pañuelo, pero a distancia respetuosa, porque nadie se atrevía a aproximarse; y cuando el horrible moscardón alzaba el vuelo, todos sin querer retrocedían.
Sólo uno de nosotros, un joven pálido, nos miraba con sorpresa, se encogía de hombros y sonreía. Erale imposible darse cuenta de lo que pasaba ni explicarse nuestra agitación.
Sólo él no veía al insecto ni oía el pavoroso estridor de sus alas.
De repente, el horrible moscardón clava en él los abultados ojos... Se despega del muro y, posándose sobre la cabeza del joven, le pica en la frente entre ambas cejas... El joven lanza un débil ¡ah! Y cae exánime.
El feo avechucho salió volando, y entonces comprendimos quien era.
Era la muerte.
Iván Turgueniev.