lunes, 2 de noviembre de 2009

DIÁLOGO DEL LECTOR CON EL TEXTO/ TEXTO PARA REFLEXIONAR

Lo violento de vivir en Araucanía
(Por Fernando Ulloa)
¿Un pequeño con un arma de juguete será considerado terrorista? ¿Desde cuándo Carabineros tiene permiso de caza para disparar perdigones a humanos? ¿Por qué cuando un niño “blanquito” padece algo, llegan cadenas de e-mail pidiendo ayuda y cuando es “mapuchito” importa poco verlo sangrando? ¿Cuándo olvidamos los adultos leer la Declaración de Derechos de los Niños? ¿Ya no tejerán las abuelas pasamontañas coloridos; por miedo a inculpar a los nietos? ¿Por qué los dibujos infantiles cambiaron el azul del cielo por tierras rojas? Lo violento de vivir en Araucanía es toda la violencia que aparentemente no vemos, que no oímos, que no estamos soñando.

“Un hombre puede olvidar que le hayan matado a su padre, pero no que le hayan robado su tierra”, leí alguna vez en un libro de refranes occidentales.
En esa frase hay mucho de la ideología occidental, judeocristiana y grecorromana, si se quiere especificar. La primera es que se pone la propiedad privada por sobre las personas.
No ocurre así -me parece- entre los mapuche, para quienes la tierra en cuanto madre y padre; el territorio en tanto propiedad de los antepasados que deben respetarse también “vive”. Aunque yo no vengo a decir qué piensan ellos ni lo que deben pensar, dejemos de lado esa arrogancia.
Ésta es una invitación a reflexionar, con la mirada de alguien nacido en el sur y que ha estado en el norte. La sociedad mapuche evidencia algo que a nosotros lo no-mapuche, los “ka mollfünche” (los de “otra sangre”), para no entrar en el saco de
“winka = blanco/forastero/ladrón”, nos flaquea: Memoria.
Esta desmemoria o esos recuerdos por conveniencia, pueden deberse a que confiemos a los papeles lo vivido; en vez de hacerlo a la cabeza (lonko), a la palabra (nütram) y al corazón (piwke). Puede deberse a que hayamos cambiado el trato de persona a persona por mensajes de texto. Puede deberse a muchas cosas, aunque especialmente a que con frecuencia olvidamos que antes de los países inventados hace tan poco, hubo identidades regionales, agrupaciones familiares y que fuimos bandas, familias extensas, clanes y tribus.
Ninguno llegó aquí con un computador en la mano, hablando de Democracia, Estado y Nación.
¿Quién de los “orgullosamente europeos”, reivindica a su antepasado celta o galo? ¿Quién “negadamente africano” saca a colación a su tataratataro abuelo traído como esclavo de las costas africanas? ¿Quién esforzadamente asiático piensa en qué zona de la Pangea domesticó caballos su antecesor?
La manchas de nacimiento en la espalda, los lunares, las pecas, el pelo ondulado, los dientes para raer, el pie egipcio contienen mensajes que hemos desoído por años.
Puede deberse a que nuestros abuelos terminan confinados en un hogar de ancianos o al andar con audífonos o viendo tevé. ¿Quién ha visto hogares de ancianos mapuche? Los kuifikeche, los “mayores” (¡sabia traducción!) son (o eran) los encargados de formar a los niños, de transformarlos en gente, gente recta, gente auténtica y finalmente les conducían por el camino de la sabiduría, reservada a algunos (sabios también mayores o “ancianos” en “nuestra” lengua castiza).
Pero nosotros en cambio enviamos a los niños a ser formados por profesores, esforzados profesionales mal pagados, mal vistos y estigmatizados. Dejamos que nos enseñen de la vida quienes no tienen tiempo para aprovechar la propia; creemos que debemos enseñar el principio de autoridad en vez del principio de amor fraternal.
Pagamos impuestos que terminan en el fusil de un jovencito de 18 años que tiene permiso para matar por usar uniforme y pelo corto, pero no para gobernar(se) ni votar. Jovencito o jovencita que a esa edad recién viene saliendo del colegio.
Nada de universidad; nada de ver otras realidades.
Leía estos últimos días con preocupación -ya no con sorpresa- acerca de los resultados de un nuevo allanamiento en Temucuicui, de la violencia en Mehuin, de los patrullajes en Maquehue.
Las imágenes daban cuenta de niños sangrantes, de niñas que algún día serán madres con sus abdómenes perforados por piezas de acero. Pequeños que apenas articulan palabras veían a sus padres con perdigones incrustados en los cuerpos. Una escuela estaba bajo la línea de fuego y su patio rodeado de gases cancerígenos.
Hombres de verde y de azul (con uniforme y sin), tiraban al suelo y pisoteaban dignidades, insultaban gratuitamente, amenazaban con armas.
¿Es ésa la sociedad que queremos? ¿Ése era el progreso que entró a Ngulumapu (Araucanía), junto con el tren viaducto del Malleco que Balmaceda inauguró? ¿Ésa es la civilización que el diputado Vicuña Mackenna promovía?
La semana pasada un pequeño declaraba con firmeza: “que lo den de baja, él no tiene derecho a hacerme esto”, refiriéndose al policía que lo hirió.
¿Cuántos mapuches tuertos habrá? Caupolican lo era hace 500 años. ¿No se está incubando más odio?
En el 2009 igual que en el 73, se amenaza a las personas con ser lanzadas de un helicóptero.
Si hemos de optar por “nuestros” parámetros de perfeccionamiento, realización personal, capacitación, por nuestra “meritocracia”... ¿cómo puede valer más lo señalado por un policía que a duras penas terminó su Educación Básica que lo que indica un “profesional” posgraduado?
Si dejamos de lado eso y consideramos a los otros gente (che) también, el trato cambia; dejan de importar el dinero y los cartones comprados con ese mismo dinero en universidades-negocio.
Como parte del “gobierno transparente” debería saberse qué preparación tienen los uniformados, cómo están sus papeles psiquiátricos y si se encuentran en condiciones de discernir entre algo tan básico como “bueno” y “malo”.
En este estado de cosas, debe uno dedicar una larga cantidad de horas a leer.
Esa mala costumbre de resumir todo a un par de frases hechas por periodistas que sin la existencia del editor nos darían noticias llenas de errores ortográficos, nos ahorra tiempo pero nos priva de información clave. Deberíamos dedicar más horas a escucharnos, en todo caso.
Si miramos prensa diversa algunos artículos son minuciosos, pero acá, inclinados a tener como modelo a EE.UU., con su redentorismo religioso mundial, con sus afanes mesiánicos, promovemos lo inmediato, la noticia ojalá salida de Twitter.
Nuestra sociedad de lo instantáneo se ufana celebrando los últimos doscientos años; cuando acá hay gente que lleva más de 13 mil (y es lo que hemos podido encontrar, el resto podría estar bajo el mar).
Por eso me causa extrañeza que especialmente los descendientes de los colonos (esos que pasaron “contratados” hace poco más de 100 años y recibieron del Estado tierra regalada, vacas paridas y clavos), reclamen porque consideran que se está “regalando” tierras a los mapuche. Los campesinos que trabajaron para ellos como peones e inquilinos siguen sin tierra y no recibieron ni las gracias. En Araucanía se pretendía formar pequeños propietarios al estilo del sur francés, por eso el Intendente debía autorizar a alguien para tener más de 500 hectáreas. Esa misma regla la rompió Cornelio Saavedra (Intendente además de militar) que sí, se mandaba cartas en tono amistoso con “caciques” mientras planeaba su sociedad con Bunster para construir el Ferrocarril del Sur, teniéndolo de socio.
Ahora observamos que son las propias autoridades las que se “expropian” y pagan a ellos mismos y sus amigos para construir megaproyectos aéreos, eléctricos, industriales.
Cuando niños nos llenamos la cabeza -con el respeto que merecen los historiadores de lo occidental- de dinastías egipcias, de formaciones romanas, de señores feudales y castillos cuando en América las sociedades fueron tanto o mayormente complejas. Nada de historia del barrio, nada de Historia Regional.
Tenemos como resultado, gente a la deriva, fantasmas sin memoria creyendo ser lo que no son, lo que no han sido. Tenemos a otros, buscando héroes y redentores entre imperfectos humanos.
Lo violento de vivir en Araucanía es tener que ver en el kiosko de la esquina prensa que ha sido cómplice del despojo. Violento es no haber escuchado pedir perdones sinceros a los políticos que se disfrazan de mapuche. Violento es oir un profundo silencio cuando se llama al diálogo y que desde Santiago entiendan “monólogo” por “diálogo”. Violento es escuchar incongruencias y términos en desuso como “mala raza”, “flojera ancestral”, “lo que los mapuches necesitan es trabajo”.
Pocos necesitamos más trabajo. Sería mejor vivir bien, necesitando menos, consumiendo menos, generando menos basura por día de existencia.
Lo violento de Araucanía es que desde hace unos 50 años nos representan políticos de derecha importados de las comunas con mayores ingresos en Santiago y siguen los peores índices de educación, de pobreza, de racismo.
Curioso por decir lo menos, resulta que el ministro Viera-Gallo comience hablando de Gorbachov para referirse al Conflicto entre el Estado chileno y los mapuche.
Si hablamos de minorías, los extranjeros en Chile jamás han representado más del 5% y los mapuche nunca han sido menos que eso, bordeando el 10%.
El problema es que todo nuestro diálogo es inclusivo y todo nuestro actuar es excluyente, ignorante del otro, prejuicioso, pobre. Chilenos que se ríen de un mapuche bilingüe, con otro acento pero que no podrían decir “Ragnintuleufu” o Konün Traytrayko (y por eso les ponen “Entre Ríos” o “Puerto Saavedra” en los carteles).
¿Qué hacía Lautaro entre los grandes chilenos? ¿Pondrá algún día Estados Unidos a Osama Bin-Laden entre sus “grandes norteamericanos”?
Durante el período republicano no se ocupó la palabra “Chile” hasta 1824, por decreto. Al año siguiente se firmó el Tratado de Tapihue que reconocía Autonomía del Biobío al Sur. Eso no es un país dentro de otro, eso es “la ropa sucia se lava en casa”.
Hoy, las contradicciones sin embargo corren en doble sentido, hay colocolinos muy mapuches (orgullosos de ser chilenos detestando a la Universidad de Chile) y mapuches muy colocolinos (equipo chileno que se apropió de un nombre mapuche). Pero nuestra misma existencia es una contradicción, así es que no se puede ser tan dogmático.
Lo violento de Araucanía es que se tilde de terroristas a las personas y no al Estado, que es en definitiva quien nos debe a todos (mapuche y no mapuche) una explicación y reparaciones múltiples.
¿Por qué prefirió europeos? ¿Eran menos humanos nuestros mestizos antepasados? ¿No bastaba con los habitantes antiguos que los reyes hispanos sí reconocieron como legítimos propietarios? ¿Por qué el Estado regaló tierras que no le pertenecian? ¿Por qué ahora nos encarcelan, criminalizan y golpean por decir las verdades?
Lo violento de Araucanía es que mañana por decir esto, yo podría ser acusado de ser el autor de todos los hechos de violencia de la zona, de poner bombas y de ser “indigenista” por preocuparme de aprender otro idioma tan válido como el inglés o el chino mandarín.
Hoy por hoy los libros y la música son “medios de prueba”, tal vez por eso las bibliotecas más pobres son las de Araucanía.
Esto no era otra cosa que una invitación a reflexionar, pero en la región cuesta que alguien pase de la primera página.
¿No quiere el Estado chileno a los que sienten, piensan, escuchan y recuerdan antes de actuar?
¿Por qué han de sentirse parte del Bicentenario los que antes y después de 1818 tuvieron en el Estado chileno un dudoso aliado y un cruel enemigo?
¿Por qué los chilenos en vez de hablar murmuran/mos?
Lo violento de vivir en Araucanía es convivir con gente que se alegra cuando ve a un niño mapuche herido y sangrando.
Fernando Ulloa
(temuquense)
Magíster(c) en Historia, Universidad de Chile
"La utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos,
ella se aleja dos pasos
y el horizontese corre diez pasos más allá.
¿Entoncespara que sirve la utopía?
Para eso, sirve para caminar..."
Eduardo Galeano

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